2012/03/11

Viaje al centro de la cueva

Carlos, Diego, Gotzon, Martín, Santi.

Existe un momento justo antes de que se tensen las cuerdas y tú te quedes colgando. Sucede después de soltar el cabo corto. Caes. Sólo durante un parpadeo. Pero en ese instante, en lo más alto de Axlaor Trokea, con 160 m bajo tus pies, sientes que la profundidad te engulle. Después, deshaces la coca lentamente, y entonces sí, con absoluto desprecio a la muerte, te enfrentas al vacío. Y desciendes a la oscuridad. Por mucho tiempo que hubiera pasado, o muchas cuevas que hubieran visto, ninguno de los veteranos había olvidado esa sensación.

Un poco antes, reíamos tranquilos subiendo hacia la Muralla Itxina.

Mientras el resto comentaba algo de unos bandoleros cántabros y unos aldeanos en mula, Santi parecía mirar de vez en cuando a Otxabide con la esperanza de que el viejo dragón asomara su morro humeante. El paleokarst trazaba un perfecto círculo defensivo alrededor de nuestro destino. Una corona inexpugnable; salvo por un punto. E igual que soldados otomanos atravesando Constantinopla por la trampilla de Kerkaporta, los cinco nos escurrimos como pequeñas lágrimas a través del Ojo Atxular. Habíamos llegado, y las hayas, tiritando aún del invierno, se movían alteradas. “¡Ya están estos otra vez con sus garrafonadas!” chirriaban. Dejamos a un lado la casa de verano de Mari (Supelegor) y, por fin, llegamos a la Gran Grieta Central.

El árbol del que una vez se colgaron Gotzon y Santi estaba ahora medio podrido, y en una de sus ramas se balanceaba un cartel: “No tirar piedras, espeleólogos explorando”. La verdad es que sí que aparecían montañeros esporádicos (y ex alumnos también), perdidos la mayoría, y que paseaban peligrosa y tranquilamente a unos pocos metros del gran agujero. Decidimos así que era mejor mover el cartel a un sitio más visible; el golpe de una piedra desde esa altura podía resultar un poco incomodo. Después, como buenos espeleólogos, comimos a gusto. El pequeño destrepe que nos habían señalado resultó no ser tan pequeño, así que instalamos un fino cordel para bajar tranquilamente. Gotzon no lo utilizó, por supuesto. Al descender, nos topamos con una ventana. Desde allí se veía Axlaor en todo su esplendor. Ese corte vertical de los bloques macizos de piedra, desprendidos antaño por la energía de la naturaleza inquieta.

Carlos nos guiaba ágil por la cueva con su temible escurión suizo. Él fue el primero, seguido de cerca por Santi; yo me lancé después, protegido y tutelado por Gotzon; y Diego cerraba el grupo cantando. Poco a poco nos fuimos sumergiendo en el pozo. La primera caída no superaría los 40 m y daba la impresión de ser la entrada gemela del Sneffels. Después: el resto de la sima. Tras algún fraccionamiento más difícil que otro llegamos todos a la base. Carlos colocó la cámara y saco un par de fotos al último de la cola. No había ningún otro equipo en Otxabide, así que no podíamos comprobar si comunicaba o no con la gran grieta central.

Comenzamos a subir de nuevo, esta vez liderados por Gotzon. Ascendiendo no pude mantener el ritmo de los cuatro veteranos, que de pronto parecían haber tomado ración doble de comida. Así que éstos aguardaron pacientes a que yo subiera, mientras una Meta menardi (o eso creo) me susurraba sonriendo, “¡Te vas a entorcar!”. Cuando por fin alcanzamos la salida, nos encontramos con que el fino cordel del destrepe no se agarraba nada bien al croll, así que Santi y yo decidimos hacer la “travesía” y dar un rodeo por el camino largo, los demás optaron por la vía complicada. Nosotros dos, sin embargo, seguimos el trazado natural de la cueva que se abría al exterior en un punto. Se trataba de un tragaluz al estilo Hang Son Doong, totalmente cubierto de nieve. Y ese frío en los pies fue el postre perfecto para una gran sima.


En cierto momento, Carlos me dijo con cierto orgullo que más de doscientos años me contemplaban. Eran cuatro leyendas anteriores incluso al dragón de Otxabide, pero que aún respondían al mito y al prestigio. Curtidos en la vieja escuela, demostraron que todos seguían la filosofía de Diego: "no importa lo que hagas, pero hazlo bien".

Por último, quería hacer una mención especial a Idoia, por su dedicación a la espeleología 24 horas al día sin interrupción ni descanso… ¡y por tener conectado el móvil a las 9 de la mañana!

5 comentarios:

Iñaki dijo...

zelako enbidia...

Unai dijo...

Ederra da itxina, mitologia eta zuloz beteta...

Simoneta dijo...

Que bien Martin, que cronica mas bonita. :D
Y creo que dentro de pocas semanas vamos a tener una otra sorpresa acojonante organizada por Ritxar y Gotzon...solo para los expertos de las cuerdas. A ver se nos dejan ir. :)

Silvi dijo...

Menuda experiencia Martin! Zorionak!

Martín dijo...

Uuuuh.. si es sólo para expertos... bueno, tal vez podamos infiltrarnos en su grupo! Jaja
Pues sí, sí que lo fue! Los viejales están que lo tiran